Este mes he tenido la fortuna de volver a realizar un taller de escritura con la Escuela de Escritores y lo recomiendo a mayores y pequeños, ya que es una práctica que nos permite desarrollar habilidades transversales como la comunicación y la escucha mientras pasamos un rato divertido.
En el entorno empresarial me encuentro frecuentemente a grandes profesionales con pocas habilidades de comunicación. Probablemente hay quien piense que para qué quieren ingenieros e informáticos habilidades de escritura, si necesitarán más bien habilidades de pensamiento matemático. Claro que necesitan pensamiento matemático, pero la carencia de habilidades de comunicación hace que sus proyectos no se entiendan, que su trabajo pierda fuerza porque el resto de la organización no lo conoce, que incluso las áreas más enfocadas a la venta tengan discursos comerciales muy técnicos hacia los clientes y finalmente que los clientes no conozcan los productos que desarrollan y no los compren.
Hace 10 años, cuando mis hijos eran pequeños y me inventaba cuentos para ellos, decidí probar con la escritura. Me recomendaron la Escuela de Escritores y me apunté a un taller trimestral de escritura creativa. Estos talleres son totalmente prácticos, te cuentan un concepto y te mandan un ejercicio para la siguiente semana. Vuelves a casa, escribes tu ejercicio (tienes que dedicarle tiempo, seguramente más del que pensabas), pero al final van saliendo ideas y tienes tu relato.
Cuando llegas a la clase toca leerlo en alto y en ese momento empieza la parte más difícil: trabajar el desapego de tu artículo y hacer una escucha activa. Tus compañeros te comentan lo que no se entiende, te preguntan si has pensado hacerlo de otra manera, te dan sugerencias. Es un feedback tremendamente valioso. Sin embargo, no estamos acostumbrados a que nos lo den y cuando lo recibimos interpretamos que nos están criticando a nosotros, y eso nos hiere.
Entender el feedback
El cuarto día del curso tenía que escribir sobre una anécdota personal. Recibí muy buen feedback, tan bueno que decidí no volver a ir a la escuela. Estaba destrozada, era mi vida, nadie estuvo allí más que yo y los demás no eran quiénes para opinar sobre ello. Me llevó bastante tiempo (y sí, claro que volví, entristecida, pero volví) entender el feedback como un regalo que te hacen los demás para ser mejor. Desde entonces siempre que puedo lo pido y procuro ser generosa y darlo a los demás también.
Estuve nueve meses asistiendo a talleres de escritura y con el tiempo mi trabajo en marketing ha pasado más al terreno de la comunicación que de la ingeniería. Supongo que en esto algo influyó la Escuela de Escritores.
En este mes en que he vuelto a disfrutar de los talleres (ahora en mi oficina y con mis compañeros de trabajo) he podido ratificar la potencia que tienen estos talleres como herramienta de comunicación y creatividad para cualquier persona. Además he disfrutado de cómo la gente crea equipo, se sale de la “caja”, se divierte y se ilusiona más allá de la dureza del día a día.
Gracias a los que me permitieron traer esta formación al equipo, a Raquel García Alía y Gabriela Gross. Y gracias a Jaime Bartolomé, de la Escuela de Escritores, por compartir con nosotros esta experiencia casi mágica y animarme a seguir escribiendo.
Aquí os dejo mi último ejercicio. Tengo que decir que me emocioné mucho escribiéndolo, espero que os guste.
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