Con motivo del Día Mundial de Internet, que se celebra cada 17 de mayo, tuve la oportunidad de colaborar en unas jornadas de concienciación sobre cuál es el impacto de las pantallas en el cerebro. Esta actividad, desarrollada por la Fundación Aprender a Mirar, solicitó a Voluntarios Telefónica que les echáramos una mano para llevar a cabo varios talleres en distintos colegios de España.
Lo que más me gustó de esta charla es lo que el propio título contenía: “Pantallas sí, pero no en exceso”. El motivo por el que me presenté como voluntaria a esta actividad era conocer realmente cuál es el impacto que están teniendo las pantallas en el cerebro de nuestros hijos, ya que a priori puedo pensar que un exceso no es bueno, pero no sabía realmente cómo afectaba.
Si bien como padres esto nos preocupa y estamos viendo cambios de hábitos, no sabemos cómo afectan cerebralmente porque todavía no hay estudios que lo muestren, aunque sí se conocen ya determinados aspectos. Por ejemplo, se sabe que el cerebro maneja unos tiempos de exposición a pantallas que, una vez superados, lo perjudican. En el taller me pareció interesante la analogía que hacen desde el punto de vista de la neurociencia para explicarlo a los niños: para que nuestro cerebro trabaje necesitamos dos cosas: glucosa y oxígeno. Esta glucosa la obtenemos del azúcar de los alimentos que consumimos, pero si nos excedemos y tenemos una alimentación con fuerte base de azúcares, resultará perjudicial tanto para nuestra salud como para el propio cerebro. Por tanto, azúcar sí, pero no en exceso.
“El cerebro maneja unos tiempos de exposición a pantallas que, una vez superados, lo perjudican.”
Con las pantallas ocurre lo mismo que con el azúcar. Las pantallas son beneficiosas porque ayudan al cerebro a hacer aquello para lo que está preparado y lo que más le gusta: aprender, relacionarse con otras personas y cumplir retos y objetivos. Los distintos contactos que tenemos con las pantallas nos ayudan a conseguir esto, pero hay un aspecto que debemos tener en cuenta para no caer en el exceso: cuando estamos con videojuegos nuestro cerebro segrega dopamina y así activa el circuito de recompensa. De hecho, los videojuegos están diseñados para que haya micro-retos cada pocos segundos que hagan que te vayas sintiendo bien, que vayas liberando dopamina. Lo que ocurre con una liberación continuada de dopamina es que se “destruye” el circuito de recompensa.
Pero esto, ¿qué quiere decir?
Si jugamos a un videojuego durante 30 o 40 minutos, el impacto que tendrá en nuestro cerebro no será negativo, sino que nos ayudará a entretenernos, relajarnos, divertirnos… Pero cuando llevemos dos horas jugando el impacto de estar segregando esos niveles de dopamina y de endorfinas de forma continuada provocará un funcionamiento anómalo del cerebro. A largo plazo, si esto se incrementa y jugamos tres, cuatro horas cada día, se genera una adicción muy difícil de detectar y controlar para el propio niño. Ya se dan muchos casos de niños a los que se les retiran los videojuegos y responden llorando o peleando porque su cerebro se ha acostumbrado a tener siempre recompensa y no quiere no tenerla; nadie quiere sentirse mal. La única forma de no llegar a esto es controlar el límite de tiempo y ser estrictos en este sentido.
Fue Domingo Malmierca, de la Fundación Aprender a Mirar, quien me lo explicó de forma tan sencilla y me planteé: “bueno, vamos a hablar sobre qué ocurriría si en casa tuviéramos un buffet con todo lo que quisiéramos en todo momento”. ¿Seríamos capaces de controlarnos? ¿Escogeríamos los alimentos saludables y en la cantidad adecuada o nos iríamos a las pizzas, los dulces y los postres?
Con esta analogía he tratado de llevar el mensaje a casa, porque quizá tanto con videojuegos, las redes sociales, Internet o la propia televisión, el modelo de tarifa plana nos lleva a un consumo de barra libre, y tenemos que hacer entender a los niños, que la barra libre no nos beneficia. Es una posibilidad, pero no tiene que ser la que escojamos, sino que tenemos que seguir pensando en hábitos saludables.
“El impacto de estar segregando esos niveles de dopamina y de endorfinas continuadamente incurre en un funcionamiento anómalo del cerebro”
Por último quiero destacar el aprendizaje que me llevé de qué cosas sí ayudan al cerebro, que son:
- hacer cosas que estimulen todos los sentidos, como por ejemplo la actividad de la cocina. Ponemos en marcha la vista, el tacto, el gusto, el olfato… y así activamos diferentes partes del cerebro. De esta forma si estamos haciendo deberes y nos bloqueamos, podemos ir a cocinar cualquier cosa y esto nos ayudará a retomar la actividad con el cerebro en mejores condiciones.
- la propia oxigenación del cerebro. ¿Y esto cómo lo hacemos? Caminando, haciendo alguna actividad física o simplemente levantándonos, estirando mucho los brazos y haciendo tres respiraciones profundas para después sentarnos. Esto nos va a ayudar mucho tanto a los niños como a los mayores en el trabajo.
No quiero terminar sin dar las gracias a Domingo Malmierca, de la Fundación Aprender a Mirar, por todas sus enseñanzas, a Mariela Canessa de VoluntariosTelefónica que nos ha liado en esta actividad tan bonita, y a todos mis compañeros de Voluntarios de los que también he aprendido mucho de series y de seguridad en Internet, y de esto os hablaré en otro post.
En este enlace puedes ver el artículo y vídeo resumen del Día Mundial de Internet que han preparado desde Voluntarios Telefónica.
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